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Alejandro Blanco

Arte figurativo contemporáneo

Alejandro (Madrid, 1957) suele decir que llegó a este mundo con un lápiz en la mano y ahora vive con un pincel entre los dedos.

Ciertamente, su placer por el dibujo se despertó a una edad muy temprana. Al alcanzar la adolescencia, a pesar de no haber recibido ninguna formación artística reglada, aprovechaba los ratos libres que le dejaba el trabajo para ir a dibujar modelos humanos del natural al Círculo de Bellas Artes de su ciudad natal.

En 1980, a los 22 años, se desplazó a Menorca con la intención de pasar una temporada en un entorno tranquilo, más abierto a la naturaleza y cerca del mar. Sin embargo, como tantos otros, se vio atrapado por el encanto de la isla y se instaló definitivamente en ella.

También fue en Menorca donde realizó sus dos primeras exposiciones individuales, en 1983. La primera, en la Sala de Exhibiciones de la caja de ahorros Sa Nostra, de Es Castell, y la segunda, en la Sala de la caja de ahorros Sa Nostra, de Ciutadella. Se trataba de paisajes locales, dibujados a pluma, con los que obtuvo un gran éxito de ventas.

Posteriormente, al tiempo que trabajaba en distintos oficios para contribuir a criar a sus dos hijas, sin olvidarse nunca del arte, se licenció en filosofía y obtuvo el título de doctor en un departamento de antropología social, historia de la ciencia y filosofía de la ciencia, con una tesis que fue distinguida con el Premio Extraordinario. También se convirtió en un experto en comunicación interpersonal, campo en el que ha ejercido como docente y conferenciante. Unido a ello, ha publicado obras de ensayo y narrativa de ficción. Pero lo que él se ha sentido siempre, y, ante todo, es un artista por vocación.

Actualmente, lleva una vida retirada, sencilla, entregada fundamentalmente a su pasión, la pintura, aunque quienes les conocen saben que no rechaza el contacto social ni elude una buena conversación cuando la ocasión lo merece.

Respecto a su forma de pintar, en la Galería de este sitio Web podemos observar que maneja una cantidad de recursos bastante variada sobre los temas que trabaja y la forma de abordarlos.

En la primera página de la galería, nos muestra una amplia colección de retratos de rostros populares, en los que no persigue tanto mostrar la semejanza física (aunque esta alcanza elevadas cotas de fidelidad) como la interpretación que él hace del carácter de los retratados.

Todos los retratos están pintados con acrílico sobre tela, pero es imposible encorsetarlos dentro de un estilo único y repetitivo. “Cualquier recurso, material o color puede ser útil si con ellos se logra captar la mirada, expresar el gesto o revelar el talante de la persona o el personaje representado. No hay por qué ceñirse a un modelo estándar”, nos dice.

Lo mismo sucede en la segunda página, titulada Música y danza. Ahí podemos encontrar espléndidas bailarinas de ballet en movimiento, músicos callejeros, o instrumentos musicales, igualmente tratados de diferentes maneras para alcanzar su mayor valor expresivo.

Hay una tercera página dedicada al paisaje urbano, en la que se conjugan vistas de grandes metrópolis con imágenes de pueblos pequeños y algunas de las cosas que podemos encontrar paseando por sus calles. Una combinación muy útil para hacernos una idea de lo distinta y plural que puede ser la vida en nuestros días dependiendo del entorno en el que transcurre.

En la cuarta página, podemos ver algunos de sus extraordinarios dibujos. Esta página es importante porque nos permite apreciar la sólida base sobre la que se construyen sus cuadros, aunque en ellos sean eliminados múltiples detalles para otorgarles más claridad o desvirtuados con los colores para imprimirles mayor fuerza visual.

Finalmente, en la página denominada Miscelánea, encontramos algunos cuadros cuyo tema no encaja en ninguna de las categorías anteriores, como puede ser la rama de un limonero, un manojo de mandarinas o un par de obras sarcásticas, con las que expresa su idea acerca de lo que es arte y no es arte en este confuso tiempo que nos ha tocado vivir.

No me preocupan los estilos ni las modas a la hora de valorar una obra de arte –argumenta al respecto-, solo creo en el trabajo hecho con honradez”. A lo que añade, “para mí, existen tres clases de artistas: los buenos, los malos y los regulares. Esto depende de la dotación natural de cada uno, del estudio, de la práctica y del esfuerzo que invierte para mejorar día a día. Pero los tres pueden ser igual de honrados, sea cual sea su forma de pintar, de modelar, de actuar, de bailar, de escribir, de componer o de cantar. En cambio, detesto a los vendedores de humo, a los especuladores, a los farsantes e impostores, que, escondiéndose detrás de un discurso pedante, insustancial, a veces repleto de lugares comunes y generalmente incomprensible, intentan embaucarnos para conseguir la fama o beneficios económicos espurios. Estos no son ni buenos, ni malos ni regulares. No son artistas. Son, simplemente, especuladores”.

Y a la pregunta por lo que él busca con sus obras, nos contesta: “El arte, a fin de cuentas, no es más que un medio de comunicación, y la comunicación solo funciona eficazmente cuando el autor conecta, no en la literalidad, sino íntima y emocionalmente con el receptor de su obra. Eso es lo que yo busco, la conexión, la complicidad con el observador. En qué medida lo consigo con cada pintura, o con cada dibujo, es algo que escapa a mi conocimiento”.

Bajo tales premisas, solo cabe callar y dejar que sean sus propios trabajos los que se expresen por sí mismos.

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